26.7.15

VENTANAS

La casa fue guardada en el olvido voluntario. 
Hay eco. Hubo vida alguna vez. Pero es un eco triste. Frágil. Traslúcido. Un sonido visible para las personas que ya lo estaban buscando. El eco de vida más parecido a un desgarro o una muerte que pueda concebirse. Muerte de fosa común.
Polvo que alimenta, polvo que divide, polvo que materializa la barrera entre las cosas paradas en el tiempo y el ahora que pasa, invalidándose.
Recorrer la casa significa terminar frente a una puerta doble, de cara a un patio descuidado con pocos árboles altos. Un patio frío, envuelto en telarañas que se llenan de cristales cuando llueve. En todos lados la sensación es la misma. No se puede escapar de la falta de sol.

Ella tropieza con una regadera oxidada, hasta entonces oculta y al asecho. Logra sujetarse en la cadena de la hamaca que logra sujetarse en un árbol muerto. Un poco le da bronca caerse. Ella piensa que se cae porque es vieja y no que se cae porque se cae. No tarda en levantarse y mira, fijando detalles. Juzgando.
La muralla que antes terminaba el patio ahora es una tapiecita de ladrillos desechos por la humedad y el pasto le abraza las rodillas a quien se sentara en la hamaca que abraza un árbol muerto.
La casa aparece ahora como un imponente castillo pero es un castillo holográfico, una inmensidad que puede desaparecer de un minuto a otro. Una sólida construcción fantasma. Se trata de algo que vive con tiempo de prestado, robado de algún otro; un umbral, un portal, un puente levadizo. Pero ante todo es un error, un error que será resarcido en cuanto se den cuenta.
Ella mira su reloj por defecto, sin detenerse en los números. El cielo está en rojo. Ahora mira la hamaca tratando de vislumbrar los recuerdos dentro del metal. Siente fresca en la cara la sensación viva de cruzar el puente. No existe tal cosa como la evasión eterna y esta era su casa ¿o no?
Subió a la hamaca en donde antes solía reír.

Él pensaba que la cerveza se extinguía demasiado rápido y era una lástima. El resto de las cosas en la heladera seguían intactas. O casi. Pero ninguna desaparecía. Caminó por el pasillo, jamás limpiado, hasta la salida. El departamento mantenía su encanto en la familiaridad de las paredes descascaradas. Compartía el alquiler con dos amigos. Ahora ellos estaban de viaje y volvían el miércoles. Que no estuvieran le hacía pensar en lo solo que estaba. Por lo menos con ellos no pensaba.
Puso la música del teléfono para tocar baterías imaginarias por calle. También pensó que en dos semanas extrañaría ese lugar. Tenía que empezar a trabajar en lo de su tío, mudanza, horario de la mañana, la otra punta de la ciudad. Sentía por adelantado extrañar esa buena vida o esto, que era lo que conocía. Él, en realidad, no sabe tocar la batería.
Contaba las monedas mientras cruzaba la calle. Llegando a la esquina renegó por no haber cambiado de vereda. Al frente de la casa abandonada le habían robado. Todos dicen que son cosas que pasan y que le pasan a cualquiera. Él eligió agarrárselas con la casa, responsabilizándola de alguna forma inexacta. 
Ya había pasado el frente y estaba en el lateral del patio ¿Y si entraba a ver que había? Seguro que alguna ventana del fondo estaba abierta o podía ser forzada. Al final, la aversión es una forma de interés. Comenzó a mirar entre los ladrillos caídos pero las formas no llegaban a conectarse para crear un todo. Se agachó hasta una parte en la que había un gran hueco, entonces ahí sí, pudo verla. Era una nena toda azul, hamacándose.

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