20.7.15

COTILLÓN

Cuando comencé la frase sabía. No les gusta que fume adentro del auto pero es que cuando peleamos me dan ganas de fumar. La ropa ya nos quedó como un disfraz pegote y obsoleto, en un rato nos amanecemos encerrados en el gato alargado de todos los días. La cara de Messi me sonríe desde la guantera ¿Por qué pareció tan buena idea traerse el cotillón, tan original, a casa?
Cuando comencé la frase sabía que me estaba yendo a la mierda. A él le gusta que sea como soy, pero no en público. Si abro la boca en una reunión su respiración se detiene y es una lástima porque las novias de sus amigos me piden, en cada palabra, que las contradiga ¿cuál es la necesidad Gabriela? pero es que un casamiento siempre será algo extraño y de mal gusto.
Cuando comencé la frase sabía que me estaba yendo a la mierda y no me importó. Después quedamos en silencio, como cuando alguien de pronto se desubica en una serie de comentarios graciosos. A veces siento que soy la única persona a la que él le dice algo, una parcela en donde ejercer poder. No digo que lo logre pero lo intenta ¿De dónde salió este contrato? ¿Qué le hace pensar que yo soy reprochable y el resto no?
-Bajate. 
La fuerza de los frenos hizo que la cabeza se nos fuera hacia adelante. Yo misma pensaba llegar a casa e irme, juntar un poco de ropa y no te digo para siempre pero si irme. Pero vos acabás de mandarme a la mierda. Que también es una opción, no me voy a hacer la sorprendida; que también podría ser mi opción, no me voy a hacer la víctima.
-Qué.
Lo dije para que pudiera redimirse, para que dijera no, quedate ¿Fue tan grave?
-Bajate. YA. 
Y claro que me bajé, agarré el bolso y salí cerrando fuerte la puerta del gato alargado, como si no pudiese estar ni un segundo más. Era un falso abandono pero símbolo al fin: estaba en el baldío, a cuatro cuadras de casa. 
Ahora sí, comienza a aclarar. El vestido es de satén. Largo con un tajo en la pierna. Las tiras finitas-finitas en los hombros. Los tacos se hunden y salen de la tierra mientras camino con los brazos cruzados por el frío, mirando el suelo. Una bolsa de plástico celeste se enreda en una maleza. 
Me entretengo pensado que soy como una aparición a la que podría adosársele una historia magnífica o terrible. Atrás siento un auto que desacelera su marcha. Me doy vuelta con miedo. Es él. Viene a pedirme disculpas. Qué hago, lo mando a la mierda y me subo al auto o lo mando a la mierda directamente. El auto camina al lado mío pero yo sigo mirando la tierra, como si no existiera. Levanto los ojos al frente y dos opciones se me cruzan por la cabeza. 
Si lo puteo y sigo caminando es porque seguimos, porque lo que hizo no se hace, entonces es necesario llevarlo hasta el final para que quede como una marca permanente a mi favor. Las cosas que no nos separan, ni se perdonan, ni se olvidan, ni se resuelven van quedando por ahí. Es como una habitación que va desordenándose, que hay saltear un poco por ahí y otro poco por allá, que cada tanto te olvidás y tropezás pero que el resto del tiempo no molesta. No todas son cosas difíciles de perdonar pero es que perdonar es muy difícil. 
Si lo puteo y me subo al auto es porque lo dejo. Como en la calle recibir un panfleto y votar a otro, o aceptar un café después de haber rechazado una comida. Conceder una cortesía para una negación, en especial si la cortesía es completamente irrelevante en comparación a la negación en particular. 
El vidrio oscuro se baja y el conductor se abalanza sobre la ventana. Miro con desagrado la cara de un hombre preocupado: 
-¿No irás a escribir sobre esto, verdad? 

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