No sólo su ropa es gris, un poco brillosa, sino también su cara, sus manos, sus pelos, todo está cubierto de la pintura plateada menos los ojos que parecen oscuros, menos los ojos que dicen, soy humano.
Yo estoy frente a él, sentada a la mesa redonda, tengo un tapado rojo, un chupetín rojo y mis pies no llegan a tocar el piso cuando estoy sentada en la silla. Mi mamá también está en la mesa pelando las papas a cuchillo, tiene un vestido azul marino y aros de perla. Ella actúa como si el hombre plateado no existiera, por eso yo lo observo en silencio nomás.
La abuela llega y se pone a hacer sopa de quaker. Recién viene de cortar Hortensias.
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