19.10.14

LA GORDA

Me da lástima la gorda, no es linda. Porque viste que de muchas gordas se dice, mirá que es linda. Bueno, no, de belleza andaba medio escasa. Lo que la gorda tenía era personalidad. Un estilo, si se quiere, y una presencia. Digamos que la gorda se imponía en el espacio.

Estamos todos reunidos en la oficina, esperando que lleguen con los pasajes. Ojala fuéramos extraños, pero no. Esa categoría intermedia e insípida de conocidos es la que nos relaciona. Porque sí así no fuera, me alinearía con tranquilidad encima de cualquier pensamiento herrumbrado…

Pero acá estamos encerrados. Con la gorda. Ella monopoliza la atención, gestiona las preguntas y mantiene el dialogo de un lado a otro haciendo intervenir a los participantes. Siento que estamos en programa televisivo ¿o se trata de un experimento social?

Los lugares comunes son visitados del derecho y el revés, repasados en las esquinas, enmarcados y colgados, maquillados e iluminados. Soy “la pasante del área de” y todos se dicen por el apellido. Como una puntada el malestar de rebelarme, que querer congraciar con ellos es ser infiel conmigo.

Una de las presentes dice que no puede estar así, que tiene que ir al baño para maquillarse, repasar la pintura. ¡Ve! ¡Escápate! Cuestión que hay un baño y a mí no se me había ocurrido.

La gorda está triste. Puedo percibirlo. De alguna manera, me doy cuenta. Siente, sabe que el papel no es sostenible por tanto tiempo, que se está cansando.

Me da lástima la gorda. Sabe hacer que la gente diga que la quiere, que le respondan los mensajes, que le contesten las preguntas. Como si la adaptación social le hubiera dado el don de imponerse, de presionar y ordenar las palabras en la boca de otros. El problema es que al final no sabe si la quieren o es que ella se lo dijo. Por las dudas no quiere averiguar. Pero ahora, todos ensanguchados en los sillones, somos como un espejo frente a ella. Y a la gorda los espejos no le gustan.

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