5.10.14

CON LA LUZ APAGADA

Me llena siempre. Aunque lo correcto es decir que yo la lleno a ella. Le gusta con la luz apagada. A mí no, pero ella se suelta tanto, que prefiero que sea así. En la oscuridad llega el momento en que no da para más. La tensión es tan alta que se quiebra y entonces alguno de los dos agarra al otro como objeto, porque es lo que somos. El resto del día bien, nos damos la mano y elegimos el color de las cortinas juntos.

Le aprieto la cadera y la pongo abajo. Ya lo dije, es infalible, me llena siempre. Sus gemidos parecen alaridos, más bien chirridos ¿Finge? No parece, está disfrutando. Yo también. La siento mojada, húmeda pero no me resbalo sino que cada vez está más estrecha. Debe sentir mucho porque me clava las uñas en la espalda. Fuerte, como pequeñas garras que se hunden en mi piel. No es tanto, sigo. Necesito abarcarla toda.

Toco su abdomen pero... es una panza y está más blanda que de costumbre. Ella me dijo que subió de peso pero siempre lo dice. Tal vez es cierto que se dejó estar, siento algunos pelos en su panza. Pero ¿qué le voy a decir? La depilación es una aberración a la que no estás invitado también dijo una vez. Quizás después pueda acercar un reclamo, una indirecta.

Ahora soy yo el que se puso blando. Tengo que dejar de pensar. La agarro con fuerza y me concentro en entrar y salir como un animal. Quiero besarla en el cuello, porque le encanta, pero no puedo. Un olor nauseabundo me lija la nariz hasta llegar a mi cerebro. Rompiendo nuestro acuerdo, estiro la mano hacia la lámpara.

Entonces la veo. Grande, descomunal, me abraza. Su aliento llega fuerte y caliente sobre mi cara. Sus dientes amarillos se adornan con hilos de baba. Los bigotes más largos que nunca. El negro de sus ojos, infinito. Era una rata.

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