El ritual de la noche volvía a repetirse. La pesadez era por la
comida o de saber que ya podían permitírsela. Marcharon hacia la habitación, en
busca de la cama, las camas, que aparecían invariablemente idénticas: mismo
cubrecama rosado con globos y perritos, sábanas con borde de puntillas y la
secuencia de dos almohadas blancas, separadas por una mesa de luz en forma de
princesa.
Siempre sentí que con Lupe éramos una imagen
reflejo, una de la otra - no podría decir quién de
quien, aunque yo nací un par de años antes - como un espejo algo deforme,
en donde se copian zapatos de cuero calados y ositos de peluche muy
parecidos.
Esa noche yo sabía, iba a pasar lo de
siempre. Durante la madrugada, un chico con cara de nada me despertaría. Lo
bueno es que siempre traía juguetes interesantes, como ese del palo y la pelota
unidos con un hilo, y nos sentaríamos a jugar en silencio. Lupe también. Era
hasta que alguna de las dos se cansara y volviera a la cama, luego la otra, y así
el chico se quedaba solo.
Durante el día no hablábamos de la noche pero yo notaba a mi hermana muy
nerviosa. Quise tranquilizarla, era evidente la inocencia de la visita, pero Lupe retrocedió en cuanto abrí la boca y me apretó fuerte el antebrazo,
con la mano transpirada.
Entonces me contó que en las noches,
mientras yo jugaba con ella y el chico, a ella la despertaba un tipo de ojos
claros, vestido con un traje sucio que llenaba la habitación con
olor nauseabundo. El loco, la obligaba a sentarse y ver como iba a hacerme daño
sin, hasta el momento, haber cumplido la amenaza.
2 comentarios:
Las visitas nocturnas son sólo para los que ven los elefantes en las boas.
Y todos podemos ver algo diferente. Y la cajita y el cordero?
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